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La salud privada. Una historia personal

Publicado: 2013-01-02

Estoy sentado junto a una camilla del área de emergencias de la Clínica El Golf. En general mi hijo llora muy poco, y cuando lo hace se calma rápido, pero hoy no ha parado de llorar desde que despertó, literalmente. Se calmó un momento cuando se quedó dormido en brazos de Mariana, su mamá. Pero se despertó y arrancó a llorar intensamente otra vez. Su pediatra José Recoba, que es ante todo un ser humano adorable, nos recomendó llevarlo a emergencia. Vinimos directo a El Golf, por las malas experiencias que ya hemos tenido en otras y la buena fama que con razón se ha hecho su área de Emergencia.

Ya en recepción me dicen que mi seguro aparece como no activo. Pido que llamen a la aseguradora. Lo hacen, le explican a la señorita que está al otro lado de la línea que es una emergencia de un niño de año y ocho meses. Le responden que no deben atenderlo, que nuestro pago debió haberse realizado el lunes 31 (hace un día útil) y que hasta que no se haga no lo pueden atender. Pido el teléfono para decirles que revisen mi historial de pagos, que había sido puntual con ellos en los dos años y medio aproximados que llevamos asegurados, que iba a pagar hoy de todas maneras. Consultan con la supervisora y manda a decir que no, que no debían atender a mi hijo.

Salí de la clínica a llamar directamente a la aseguradora mientras mi esposa ingresaba con Santiago como un "cliente" privado o externo. Una voz colombiana me responde nuevamente al otro lado. Repetimos la misma historia. Hasta que alcanzo a decirle "señorita, no pueden poner el dinero por encima de las personas". Se queda callada. Me pide unos segundos para consultar a su supervisora. Vuelve y me dice que no, que no se puede, que hasta que no se pague no se atiende. Le pido el nombre de la supervisora pues sin lugar a dudas "los denunciaré ante el organismo que corresponda", Indecopi, la SBS. Pienso por un segundo en los trámites, el tiempo y la ridícula sanción que tal vez le impondrán a la aseguradora, pero ando tan fuera de mi que me digo que igual lo haré. La señorita se queda callada, me dice que espere, que volverá a consultar, me hace esperar unos minutos más y finalmente me responde que me atenderán. Han pasado unos 40 minutos de toda esta historia.

Ahora Santiago está en brazos de Mariana, solo quiere estar ahí, solo ahí se calma. En la clínica El Golf nos han atendido muy bien. Ya le dieron Gravol, media hora después Panadol. El quejido que exclamaba junto con el llanto casi ha desaparecido. En realidad nunca existió para la supervisora de Colsanitas que desde Colombia solo nos decía que no podían atenderlo porque nos habíamos "retrasado" en el pago. Me molesta en cierta medida quejarme con Colsanitas, pues hasta ahora había sido una buena experiencia y siempre la he recomendado como una alternativa a Pacífico y Rímac, donde historias también he tenido y/o escuchado.

Me pregunto quién se encarga de poner límites a esta situación. Mientras la salud pública colapsa y nos vemos obligados a aceptar las condiciones a veces gansteriles de algunos seguros y clínicas, ¿quién se encarga de proteger a las personas? ¿Quién se encarga de acabar con el engaño de los precios de las medicinas que te cobran en las farmacias de las clínicas para luego aplicar el "descuento" de la compañía de seguros? ¿Quién se encarga de que los laboratorios sigan "comprándose" a los médicos con viajes y demás gollerías para que estos después recomienden sus "productos"? ¿El libre mercado como diría algún columnista "liberal"?

Santiago se ha quedado dormido en los brazos de su mamá. Ella, Mariana, tiene ya ocho meses de embarazo, con las justas puede con la panza, pero ahí lo tiene.

Acaba de volver el médico. Hay que hacerle exámenes a Santiago porque el quejido permanece y su estómago sigue sonando. Le sacarán sangre. Volverá a llorar, luego se calmará y seguro, finalmente, se recuperará. ¿Pero algo tenemos que hacer no?


Escrito por

David Rivera

Director editorial de la revista Poder.


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David Rivera

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