Desconexiones extremas
La columna de Alberto Vergara titulada “Nuestro liberalismo” y publicada en nuestro número de noviembre, despertó reacciones de todo tipo. Las respuestas más interesantes las encontrará en el propio artículo de Vergara de esta edición (“Nuestro liberalismo 2”).
En este espacio queremos plantearnos una pregunta que puede sonar muy específica pero que nos lleva a un ámbito de análisis más interesante y necesario de debatirse en el Perú. ¿Qué hace que un analista político como Alberto Vergara, claramente liberal y que propone que el Estado tenga un rol más activo en la consecución de los fines liberales a los que deberíamos aspirar como sociedad, pueda llegar a ser catalogado por un sector de la derecha como estatista, en el mejor de los casos? También podemos preguntarnos cómo es que el sector más razonable de la derecha no reconoce los errores conceptuales, políticos y prácticos que se han cometido desde las reformas económicas iniciadas en los noventa, y que resulta indispensable replantearse cuál debe ser el rol del Estado en un país con una nueva dinámica.
Seré algo menos cuidadoso que Vergara para responder. Hay de todo un poco. De ignorancia, de flojera (o escasez) mental para procesar más allá de cuatro ideas elementales, de ideologización extrema, de creer que la realidad se entiende y soluciona leyendo y citando a cuatro pensadores famosos que tenían en sus manos la verdad absoluta pero, sobre todo, de desconexión con la realidad; una desconexión que, por momentos, linda con la alucinación.
Ahora bien, todas estas deficiencias no son exclusivas de la derecha. El mejor ejemplo de que la izquierda pasa por el mismo trance es el proceso de revocatoria que enfrenta la alcaldesa de Lima Susana Villarán. En ambos casos, la desconexión se manifiesta tanto en lo político como en la gestión pública.
Sobre lo primero, los analistas se han extendido lo suficiente. Solo diremos —como lo mencionamos ya en una columna anterior— que el problema de la izquierda a la que representa Villarán o Fuerza Social (FS) es que se cree dignataria no solo de una verdad absoluta —como la derecha—, sino que también se considera la reserva moral del país. Y eso lo busca transmitir a tal punto que solo consigue despertar rechazo.
En lo que respecta a la gestión pública, hace unos meses tuve la oportunidad
de visitar la Escuela de Administración Pública de Francia (ENA), invitado por la embajada de dicho país. Por esta institución pasan los principales funcionarios públicos, sean de izquierda o de derecha, lo que explica la continuidad de las políticas públicas centrales. A mi regreso a Lima, llamé a uno de los asesores de Villarán a preguntarle por qué si él había pasado por el ENA, donde todo el sistema de transporte público estaba concebido o tenía como eje central articulador a los metros, FS se había opuesto a la construcción de uno en Lima. Con toda sinceridad —un valor que hay que reconocer en la gente de FS—, me respondió: “Pero quién se iba a imaginar que Lima iba a crecer de la manera que lo está haciendo. Yo ahora me estoy inclinando por la necesidad de que Lima tenga un Metro”. Lo concreto es que el gobierno central ya les ganó la puesta de mano. Pero el tema de fondo que muestra esta “anécdota” es la desconexión que refleja con la dinámica empresarial, de la inversión privada y de la demanda interna que venía dándose en Lima y en el Perú desde hace años.
Así, mientras la izquierda peruana muestra una desconexión con el ámbito privado de la sociedad, la derecha padece de lo mismo con el ámbito público y social. Esto puede explicar de alguna manera por qué en general los peruanos no se sienten identificados con los políticos peruanos y cada cinco años nos encontramos con la posibilidad/ realidad de un “outsider”.
La desconexión de la derecha peruana se ha manifestado con tanta grosería que, como señalaba Alberto Vergara en su primer artículo y también en el de esta edición, Gonzalo Zegarra de Semana Económica afirma y se reafirma en que, si bien hay un problema de discriminación en los clubes privados de Lima, el Estado no tiene por qué intervenir. La pregunta es, ¿entonces cómo solucionamos el problema? Ni el propio Adam Smith se hubiese atrevido a una afirmación así. Démosle vuelta a la pregunta: ¿para qué considera la derecha que existe el Estado?
Como decía en un artículo publicado en el 2011 titulado “La madre del cordero”, es en esta confusión conceptual de la derecha (llamarlos “liberales” me cuesta y puede resultar excesivo en la mayoría de los casos) donde radica el origen de buena parte de los problemas que enfrenta hoy el país. En dicho texto recordaba que cuando en el 2005 el gobierno de Alejandro Toledo lanzó el programa Juntos, la derecha saltó hasta el techo, lo calificó de populismo y hasta de malversación de fondos. Si por entonces se logró implementar este hoy halagado esquema, fue contra la ametralladora “liberal”. Otro ejemplo es la desaparición de Prompyme y Prompex en el gobierno de García con el fin de “achicar el Estado y ganar eficiencia”, cuando lo que se requería en ese momento era fortalecer y aprovechar esta institucionalidad para incorporar a más personas a los beneficios del libre mercado.
Salgamos de lo económico. En una entrevista en el boletín Tendencias de IPAE, León Trahtemberg señalaba que el Plan Educativo Nacional se hizo medio a ciegas pues, al no contar con un plan de desarrollo nacional, era imposible alinear un plan educativo coherente con las necesidades de la nación. ¿Por qué no lo tenemos? Porque la sola idea de un plan de desarrollo podía ser castigada por la inquisición “liberal”, y porque durante años se calificó casi de una estupidez que el Perú cuente con un centro de planificación como lo tienen los países que han logrado dar el salto hacia el desarrollo económico.
En fin, la lista de ejemplos es extensa. Pero lo cierto es que la propia derecha no está en capacidad de reconocer los errores que se han cometido y el giro que es necesario hacer sin renunciar a una economía de mercado. Van poco más veinte años de reformas económicas y resulta increíble que sigamos atrapados en esta trampa de lo público versus lo privado. ¿Será posible que nuestra clase política y nuestros principales líderes de opinión logren escapar de esta desconexión con la realidad? Esperemos que sí.
Publicado en PODER enero 2013.